Parte III
“Resignación y orgullo”
El mes de octubre comenzaba y yo seguía tan
erguida como siempre y el dieciséis de este mes comenzó a hablarme como si nunca
hubiera pasado nada. En mi mente había un gran signo de interrogación.
Nuevamente había caído en esa nube con su dulce voz.
Y cada martes era un latido de esperanza para
la nueva oportunidad.
Ya martes
treinta, yo ansiaba una vez más asistir a la clase de inglés. Un día como pocos
en este mes, soleado y cálido. Llegue temprano, como pocas veces, toque timbre
y me hizo pasar “La tía “ya que mi profesora y
mis compañeros no habían llegado. Allí me quede hablando con ella sobre cómo podía comenzar a estudiar el
italiano, yo sentada en mi silla, relajada sobresalte cuando dijo: “sos una linda chica y ahí veo entrar a tu candidato”. Era él
quien golpeaba la puerta incesable e impacientemente… cinco segundos de vacilación y era evidente que ella no se
iba a levantar de su silla para abrirle. Fui yo quien abrió la puerta, recibí
el roce de sus labios en mi mejilla, disfrute interminablemente que me tome de
la cintura para llegar a ella y a la
misma vez la brisa me tentaba con su
perfume.
De todas
maneras, por más que me gustase ya nada podía hacer, ya lo había decidido,
había renunciado por completo. El único problema era que, ahora él me buscaba y
aprovechaba cada situación para provocar.
Martes seis de
noviembre. Una vez más llegue temprano y él llegó al mismo tiempo que yo, con
su bici, entramos juntos, corrimos la mesa de lugar y se fue a la cocina. Yo me
quedé sola, sentada esperando a los demás. Un rato después llegó la mayoría y
todos se sentaron. Yo estaba justo frente a él, como siempre.
Por momentos
solo intento entender por qué hace todo esto, y por supuesto que después de
todos mis intentos, las veces que sufrí y su rechazo no pensaba caer en la
tentación, puro orgullo. Pero realmente, lo que no puedo descifrar es cuándo
está mintiendo o cuándo dice la verdad.
Me dio a entender que no quería nada, pero las provocaciones ¿Qué son?
¿Por qué son?
Volvamos al
seis de noviembre, se pasó toda la clase jugando con mis pies debajo de la
mesa, haciendo gestos, sonriéndome y haciendo comentarios indirectos… ¿a dónde
querrá llegar? No lo sé. Pero yo enloquezco cada día más y no sé qué hacer.
Martes trece,
sentía temor de que algo malo pasara, no soy supersticiosa, pero, qué se yo,
siempre pasa. Sin embargo contaba los minutos para que sean las dos de la
tarde, estaba ansiosa por verlo. Sentí en él una energía diferente desde que
llegó. Durante la clase varias veces levante mi vista y me desconcentre al
sentir su mirada sobre mí. En fin, ignore su histeriqueo.
A la semana
siguiente se dio el lujo de faltar, al igual que a la siguiente y a la
siguiente.
Martes cuatro
de diciembre, un día después de mi cumpleaños, yo volvía de unas mini vacaciones en la playa.
Habíamos comenzado con las clases de inglés
por la mañana.
Como era de esperarme al llegar, a las nueve
y monedas, no estaba allí y no verlo, no sentirlo ya se había hecho costumbre.
El motivo real de su ausencia era su estrecha amistad con la almohada y los
dulces sueños, por ello el muchacho tomaría la siguiente clase, de diez a doce.
No quedaban
muchas clases, así que cada uno programó su horario para las próximas semanas e
iría cuando pudiera. Decidí festejar mi cumpleaños semanas después e invite a
mis compañeros, de la escuela, de inglés y conocidos… Tampoco apareció, y logró
darme una gran desilusión esa noche.
No volví a verlo
y las vacaciones ya habían comenzado. Por un lado creía que me haría bien, para
olvidarlo. Tan ingenua fui en creer que
olvidaría tan fácil a la primera persona que marcó mi corazón.
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