domingo, 29 de septiembre de 2013

"El corazón a primera instancia"

Parte V
                       
Me veía encerrada y acorralada en ese problema de tener que soportar lo mismo que el año pasado… Necesitaba un concejo.
Nada fue mejor que una tarde con amigas y despejarme un poco. Pero dude una y otra vez en confiárselo a alguien, en confiar mi sufrimiento secreto.
Mia estaba sentada a mi derecha y Lucia a mi izquierda, las tres mirábamos a Mili, que daba vueltas, corría…  solíamos observar detenidamente su hiperactividad.
Tenía una estrecha confianza con Mia, tal así que de las tres era la única que sabía ciertos secretos. Lucia se levantó cuando dejamos de ver a Mili, vaya a saber uno donde se había metido. Mia susurró y en voz baja me dijo que confíe en ella, quizás podría ayudarme.
No le sorprendió tanto la importancia que le daba a aquello que me pasaba.
Su consuelo no fue en vano, una amiga representa un alivio al alma. Ya no estaba tan sola. Planeamos esperar hasta el martes y de acuerdo a la situación  que se desarrollara ese día veríamos qué hacer.
El martes doce antes de entrar a la clase sentí el sonido de mi corazón golpeando fuerte contra el pecho.
Al verlo después de tanto tiempo mi psiquis reaccionó de manera extraña. Si, cuando lo vi  recreé una imagen tan distinta… Ya no era mi príncipe, era un idiota más que se había cruzado en mi camino. Fue raro, todo había quedado en el olvido, por lo menos para mí.
Lo ignoré inconscientemente por el resto de la clase y al finalizarla no dejó pasar la oportunidad de saludarme. Lo mismo hice hasta llegar al martes dos de abril. Ese martes volví a mi rutina de llegar temprano y aproveché para hablar con La Tía nuevamente. Quedamos en empezar el martes nueve con italiano, después de inglés…
Llegaba tarde, estaba apurada. Entré acompañada de una correntada de aire. Mis cabellos al fin posados en mis hombros, un respiro, un suspiro. Momento incómodo, por cierto, todos habían dejado de leer sus libros para poner la mirada en mí. Me sentí acosada por un momento, ignoré aquello y me senté. ¡Nunca vieron a alguien llegar tarde! ¡Debe ser eso!
Pase desapercibida durante la clase. Me sentía en paz, tranquila, plena. Observaba el reloj, que estaba cinco minutos adelantado, ansiosa para que marquen las cuatro y cinco entonces y empezar con italiano. Es la hora, todos se levantan de sus sillas, me saludan y se van. Yo me cambio de habitación.
Tendría que haber imaginado que La Tía lo nombraría a cada rato, detalle que me torturaría el resto de las clases.
Salí de esa clase, a las cinco y media, feliz, con una sonrisa como nunca antes. Me había encantado esa clase, exceptuando ese “detalle”. Volvería con las mismas ansias el martes dieciséis y el veintitrés.
El treinta de abril me había despertado con un desagradable dolor de oído y me sentía muy débil. De todas formas fui al colegio por la mañana como de costumbre y a las dos de la tarde asistiría a inglés.

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